La Piedad de Miguel Ángel

La Piedad de Miguel Angel Buonarroti

(Google Imágenes)

Fotografías en blanco y negro pertenecientes a Robert Hupka:

Robert Hupka fotografió durante una noche entera todos los ángulos posibles de La Piedad. Gracias a él podemos apreciar muchísimos más detalles de los que habitualmente vemos en una imagen frontal.

Cuando le preguntaron sobre su impresión de la Piedad, él respondió:

«Por primera vez en mi vida me he encontrado ante la verdadera grandeza»

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Enamorada de esta obra, desde que la vi por primera vez en un libro de arte, no podían faltar en mi blog unas palabras que mínimamente tradujeran el estado casi de veneración que siento hacia esta maravillosa obra.

Y no hablaría de adoración religiosa, aunque el tema cristiano es lo que la anima, sino de veneración estética; que no es menos, porque determinadas estéticas, como ésta, tocan la cima del arte y elevan al contemplador hacia un terreno inmaterial donde nuestra percepción toma tintes etéreos y espirituales.

No sé que es más hermoso en ella, si su forma física, en la que el mármol queda trascendido al convertirse casi en carne humana; la manera en que está expresada la idea religiosa, mediante un triángulo ascendente al que las figuras se acoplan, y que dota a toda la obra de una grandeza y serenidad soberbia; o la belleza, casi divina, de los rostros.

El rostro de esa jovencísima virgen es la imagen viva de la serenidad, de la aceptación y la asunción de un destino inevitable. Pero en él no hay resignación, sino sabiduría. Es el rostro de una diosa, frágil y pequeño, pero lleno de poder, capaz de contener entre sus brazos todo el sufrimiento; capaz de consolarlo tan sólo con una mirada. Esa mirada piadosa pero contenida de la mujer contiene en sí tanto amor como inteligencia. Y esa mirada magnánima podemos sentirla también en la forma del gigantesco cuerpo, sólido y acogedor, desbordándose por los pliegues magistrales y generosos del vestido.

Pero el rostro de Jesucristo, con su cuerpo vencido, es igualmente divino, pues en él está trazada la alegría triunfante; la serenidad que da saber que su muerte es un paso hacia la resurrección.

Sus manos muertas siguen vivas en la piedra, sus ojos cerrados siguen hablando… y mientras un hombre se acerque a la escultura, ellos seguirán contando su historia de dolor y gloria.

Manos, pies, perfiles, frentes, piernas, venas… Jamás el mármol se vistió de carne de esa manera; jamás comunicó la muerte y la vida, la ternura, la sabiduría y el amor, como en esta obra sublime.

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